Un espacio en el tiempo se ha detenido por un instante, un segundo quizá fue suficiente para notar diferentes acciones y reacciones de una misma esencia.
Las palabras flacas fluían torpemente entre sus labios y los nervios se convirtieron en su mayor traición. Una ridiculez hablar de esa forma, pensó. ¿De que sirve leer los clásicos si terminas hablando torpemente?, de que sirve memorizar los poemas de Joyce, si termina diciendo nada y deja escapar silencios en cada oportunidad.
¿Por qué es tan difícil? Se pregunta una y otra vez. Mira el infinito y se olvida de los sonidos, pero su perfume bloquea el pensamiento, mira sus ojos y se pierde entre el olor a café y la música, un abrazo y sus manos.
Su mente quiere explorar y decir todos los pensamientos uno tras otro, sin parar, sin terminar, quiere compartirlo todo, pero solo mira y se queda en silencio.
“Toco tu boca, toco el borde de tu boca…” Piensa y repite una y otra vez todo el capítulo 7 de Rayuela. Y no pasa nada, pero el tiempo corre.
Llega a casa y no entiende que ha sucedido en esas largas horas de embriagante sabor a él.