Hola,
Hace mucho tiempo que no se nada de ti, y aún te hecho de menos. La ultima vez que te vi fue en un parque. Aún recuerdo lo temblorosa que estaba incluso antes de verte. Ese día llegue un poco tarde por estar en el trabajo, recuerdo que estaba en junta, y era eterna, aunque amo mi trabajo ese día, parecía que jamás iba a terminar.
Recibí tu mensaje en punto, ya estabas esperándome, estabas listo y yo aún no podía llegar. Me moría de nervios, una vez que terminó la junta corrí por mis cosas y sin decir adiós a nadie salí a la calle en busca del autobús.
Respondí tu mensaje con un, «No tardo», a lo que tu contestaste, «No te preocupes, yo aquí estaré esperándote, con calma»
Estaba a 15 minutos de ti, y el tiempo me jugó una mala pasada, mi corazón sentía que el tiempo caminaba lento como si fuera un caracol, y las manecillas del reloj avanzaban tan rápido que creí por un momento que el segundero se había descompuesto.
Después de un largo rato te vi a lo lejos, jamás olvidaré ese momento, estabas sentado y tenías tu mirada fija en el cielo, te veías tan guapo que no quería distraerte de esa paz inmensa que se adueñaba de tu cuerpo. Escuchaste que me acercaba lentamente y tus ojos me miraron, ese momento fue único, la espera y el no saber de ti por mucho tiempo había valido la pena.
Me abrazaste y entonces me dí cuenta de todo lo que sentía por ti, y de todo el amor que te tenía. Pero no quería ser evidente, guarde mi distancia, te abrace y aunque no dije nada, mi cuerpo lo digo absolutamente todo, gritaba constantemente un Te quiero.
Dijiste que me veía muy bonita, y que estabas feliz de verme; el color de mis mejillas era cada vez más evidente, pero traté de disimular, me tomaste de la mano y caminamos por largo rato.
Platicamos, charlamos e incluso fuimos a comer, terminamos sentados en un parque, platicando del miedo que le tienes a los gatos, y de lo maravilloso que sería para ti viajar a Argentina. Tu gran sueño por conocer la tierra de Borges, de Cortázar, tus autores favoritos.
Me compartiste tus sueños y tus miedos, enlazaste tus dedos con los míos y me dijiste «te quiero, que bonita tarde ha sido estar a tu lado».
Platicamos por largas horas, pero era el tiempo de decirnos adiós, sabía que ese adiós sería difícil porque probablemente pasaría mucho tiempo para verte de nuevo.
Hace ya varios meses que no sé nada de ti. Sé que me quieres al igual que yo, pero estás lejos. Mi corazón guarda tu espera, sé que te volveré a ver, y también sé que es pronto.
Aún guardo todos los poemas que me has dedicado, ¿te acuerdas?, y el zahir que me regalaste. Aquella moneda especial con un sello azul.
Los poemas los llevo guardados en el alma, y en mi memoria. Los dos poemas los llevo adheridos a la piel. El primero es de Cortázar, capítulo 7 de Rayuela:
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
El segundo es de Nabokov:
El encuentro
encantado por esta extraña proximidad
Extrañeza, misterio y delicia…
como si de la negrura oscilante
de alguna mascarada en cámara lenta
por el tenue puente vinieras.
Y la noche fluía, y el silencio flotaba
en sus arroyos satinados
ese perfil de lobo en la negra máscara
y esos tiernos labios tuyos.
Y bajo el castaño, por el canal
pasaste tu anzuelo de reojo.
¿Qué comprendió mi corazón en ti,
cómo me moviste de esta forma?
En tu ternura momentánea
o en el contorno oscilante de tus hombros,
¿advertí un bosquejo pálido
de otros — irrevocables— encuentros?
¿Acaso una romántica piedad
te llevó a entender
lo que dejara temblando a esa flecha
que ahora se incrusta en mis palabras?
No sé nada. Curiosamente
el verso vibra, y en él, la flecha…
¿Tal vez tú, todavía sin nombre, eras
la genuina, la esperada?
Pero no bien apareció el dolor
logró perturbar nuestra hora estrellada.
Regresó a la noche la fisura gemela
de tus ojos, ojos sin alumbrar.
¿Por cuánto? ¿Por siempre? Por lo pronto
sigo andando, queriendo escuchar
la revolución de estrellas sobre nuestro encuentro
por si tú ya fueras mi destino…
Extrañeza, misterio y delicia,
como de una súplica distante.
Mi corazón debe seguir andando.
Excepto si tú ya fueras mi destino…
Espero volver a verte pronto, muy pronto.
Atte, Ella.